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| Dama lesionada el sábado en Ley Las Garzas. |
-El daño colateral del la narcoguerra.
El sábado por la tarde mi señora me hizo la propuesta-orden
de ir a hacer unas compras a la tienda Ley Las Garzas. Imagínense, yo que veía
el futbol a todo dar, desparramado en mi sillón preferido, recibí la "sugerencia"
como un balde de agua fría. Ataviado con el traje típico de Baja California
Sur, es decir, chanclas, short y la camiseta más vieja del clóset, tendría que
transformarme en cuestión de minutos, si es que quería ganar tiempo y volver al
menos al segundo partido, que era el del Atlas contra el América. Refunfuñando y amodorrado, me levanté para
transformarme en una persona más o menos normal.
Enfilamos con nuestras dos hijas de 8 y 13 años a la tienda
Ley Las Garzas, pero poco antes la dueña de mi desempleo (no de mis quincenas)
que me obsequió el Mejor Futuro, me dijo que teníamos que pasar a comprar carne
y huevos a Macsa. ¡¡Aaaaggghhh!!, primer berrinche ahogado porque se trataba de
minutos importantes si quería llegar a tiempo al futbol. Se hicieron las
compras y finalmente salimos de ahí y ahora sí, rumbo a la Ley. Tramo corto y
llegamos. Cuando vamos a esa tienda, generalmente busco un cajón donde
estacionarme cercano a la primera puerta o sea, la orientada al Este. Lo
encuentro y bajamos, con la indicación de que hay que apurarnos para salir
rápido. Para las cuatro o cinco cositas que nos alcanzaba para comprar, no
había por qué tardarnos.
Entramos a la tienda y discretamente trato de acelerar el
proceso de compra. Así, si mi esposa decía "-Hay que ver esto", yo de
inmediato respondía "-Para qué, si ni traemos dinero". O si las niñas
se emocionaban con las luces y arreglos navideños, yo atajaba con un amargo
"-Todavía falta mucho para eso, vámonos!!" y así, prácticamente en 20
minutos ya teníamos la compra hecha y raudo y veloz enfilo el carrito al área
de cajas, pero ¡¡oh desilusión!!, faltaban las tortillas. "-Vayan ustedes"
se digo a mis dos hijas y parten al área de tortillería con la indicación de mi
señora de que nos veríamos en el área de cajas, mientras pienso "-Me
lleva, ojalá alcance el segundo tiempo" del Cruz Azul-Pachuca.
Llegamos al área de caja y desde luego, a buscar en la que
menos gente hay. Como suele suceder en esa tienda, de 20 mil cajas que tienen,
sólo estaban funcionando tres y la llamada "rápida", que bueno, para
que les cuento. Me formo en una y ahí estamos. Llegan las niñas con las
tortillas. Pasan el tiempo. Un minuto, dos, tres, cinco y la fila ni se mueve.
Empieza la molestia. "-Que lentitud", le digo a mi señora, que
asiente resignada con la mirada.
Sigue pasando el tiempo. Estamos a tres lugares de llegar a
que nos cobren y ya han transcurrido diez minutos, no puede ser posible. Esto
debió haberse resuelto el tres minutos. Pasan como quince minutos y al fin
salimos. Para las cuatro o cinco cositas compradas, no nos llevó tanto tiempo. Nos
dirigimos a la salida, yo por delante desde luego y a toda velocidad, para que
mi comitiva no se retrasara pajareando por ahí. Pero de pronto, a unos cuantos
metros veo que en la puerta hay un grupito de gente mirando hacia afuera.
"-Áchis, ¿qué pasó ahí?", le digo a mi esposa y la respuesta la
obtuve de inmediato cuando me asomo y veo el cuerpo de una persona, tirado en
el asfalto de la calle frente a la tienda, con la cabeza ensangrentada.
Entonces me doy cuenta de que la puerta está cerrada y nadie puede salir, ni
entrar.
Le digo a mi esposa que le diga a las niñas que no se asomen.
Ponen cara de preocupación y como venían avanzando, la más grande alcanza a ver
y palidece. La más pequeña tiene curiosidad y mientras tratamos de indagar más
entre los presentes, ella se escabulle y también mira, se asusta y se retira
con los ojos húmedos y enrojecidos. "-Se lo acaban de echar", comenta
alguien. Afuera hay gente, clientes que no han podido entrar, algunos toman
fotos y videos con sus celulares. Y de pronto una señora, que dice haber sido
testigo de la agresión, nos dice "-A la señora le tocó un balazo" y
es cuando nos percatamos de que una dama entre el grupo, sentada en uno de los
carritos de mandado para discapacitados, no es espectadora, sino que ha sido
víctima del daño colateral de la narcoviolencia que nos aqueja.
Trabajadores de la tienda y de la farmacia del lugar, tratan
de contener la sangre con gasas, de una herida en el estomago. Ella hablaba
tranquila, pero en un momento dado empieza a sentir dolor y se queja. Para eso,
la policía no ha llegado al lugar del crimen, ni los paramédicos. "-Acaba
de suceder, hace unos diez minutos. Ella iba llegando, cuando empezaron los balazos",
comenta la informante. La empleada de la agencia Telcel ubicada a la entrada de
la tienda, cerraba su local desesperada y asustada. En cuestión de tres o
cuatro minutos aparece la primera patrulla de la policía y enseguida una
ambulancia, que se lleva a la señora lesionada.
Instantes después, se abre la puerta del lado oeste de la
tienda y podemos salir. Adentro, todo transcurre con normalidad. Los clientes y
cajeras ni enteradas de lo que acaba de ocurrir, como tampoco nosotros nos
dimos cuenta de la agresión, mientras estábamos formados esperando llegar a la
caja. El área ya está acordonada con la cinta amarilla. Mi vehículo ha quedado
dentro de esa zona protegida y el cuerpo está tendido unos metros atrás. Generalmente
salgo por la calle lateral, pero hoy no es posible. Busco salida hacia el
bulevar Las Garzas y todavía impactados por el hecho, nos retiramos del lugar.
Para entonces ya me olvidé del futbol y de las prisas.
Tratamos, mi esposa y yo, de que mis hijas se tranquilicen y que no les afecte.
La más pequeña, más inocente e inquieta, quiere saber por qué lo mataron, pero
es difícil responderle y reflexiona algo como que si es normal que la gente
ande aventando bala contra otros, en plena calle y le preocupa que alguien me
dispare a mí. Tratamos de darle las respuestas más lógicas posibles y poco a
poco vamos desviando el tema. Pide que nos vayamos a la casa, que ya no quiere
andar en la calle y eso hacemos.
Ya en casa viene la reflexión sobre esos minutos de retraso,
de los que tanto renegué, fueron tal vez los que nos evitaron estar en medio de
una tragedia personal. Pero lamentablemente esos instantes en el tiempo, fueron
los que pusieron a esa señora en la dirección de las balas de los criminales.
Son esos los momentos que todos tenemos de más o de menos, los que ahora, en
esta guerra del narco, pueden marcar el destino de cualquiera. Estamos inmersos
en una ruleta de la muerte, donde las balas perdidas son la bolita que habrá de
instalarse en un número, negro o rojo, rico o pobre, hombre o mujer, adulto o
niño.
Y en esas cavilaciones entiendo que esto ya no es de los
malos contra los malos, sino de los malos contra los malos y lo que se
atraviese. Ojalá hubiera la manera de predecir cuándo y dónde se dará una
narco-ejecución, sin embargo, los ciudadanos comunes, los que no tenemos vela
en ese entierro, estamos en medio de esta lucha ajena y lo que es peor, solos,
porque no hay quien pueda poner freno a esto y así, nuestro destino sigue a la
deriva, con momentos que otros, pistola o metralleta, habrán de marcarnos. Cómo
si no bastara con los altibajos, amarguras y sueños fallidos, que ya cargamos.
